lunes, 12 de julio de 2010

Reflexiones mundiales y globalizadoras (I)

Yo no siento mucho los colores. Quizá sea porque siempre me ha in

vadido el sentimiento europeísta o porque no creo en las fronteras. O porque al ver cómo muchos extranjeros se lanzan

a las calles galardonados con las insignias de este país me pregunté el porqué salen a celebrar la victoria de un país que, aunque les ha acogido, no les considera parte del mismo. O porque me choque ver a jóvenes que defienden, con uñas y dientes, unos colores a pesar de que no conocen su historia. O porque me sorprenda que personas que no sienten amor por su país, cojan una bandera o que vean un partido de fútbol cuando nunca han apoyado a su selección (o nunca han visto el fútbol). Pero al fin y al cabo, esto es España, un país que a la mínima se encuentra dividido pero que no duda en comprarse una bandera y salir a la calle a celebrar una gesta, que histórica o no, cada cuatro años se repite un

país del mundo: ganar un mundial de fútbol.

Yo nunca he entendido muy bien este sentimiento patriótico de un día ni de unas horas. Puedo no sentir unos colores y ser reacia a cualquier tipo de nacionalismo en un mundo en el que las nacionalidades están mezcladas, en el que unas pocas horas puedes volar a otro punto del planeta. Pero no puedo dejar de ale

grarme que España gane, que la selección española se alce con una merecida, y justa, victoria. Y que un grupo de deportistas con un mismo objetivo, ganar el Mundial de fútbol, lo hayan conseguido a través del quid pro quo del fútbol: entretener y divertir. Y que este grupo de personas me representen.

Estas personas que al marcar un gol o celebrando la victoria se han acordado de sus compañeros que ya no estaban. Es este el país en el que nací, que me educó y en el que están las personas más importantes para mí. Éste es el país de mi idioma y cultura.

Hoy voy a salir porque ha ganado un equipo que ha demostrado que estaba unido, que ha jugado disfrutando y sabiendo lo que hacía y que a pesar del juego sucio del rival, que se ha dedicado a crear un campo de lucha en un terreno de juego, ha seguido insistiendo en eso que les hace grandes: han seguido luchando con sus inofensivas armas, con su buen fútbol y su unión para lograr su objetivo. Y lo han conseguido. A pesar de todos los obstáculos. La balanza de la justicia se ha inclinado hacia el lado correcto.

Y hoy espero, que este triunfo se celebre igual que se ganó: con deportividad y sin olvidar que al final, españoles, holandeses, suizos, chilenos, guaraníes, portugueses, alemanes somos iguales. Que la victoria ha sido en un campo de juego y que no importa contra quién se haya ganado, sino el cómo. Porque hoy, al igual que hace una semana, sigo creyendo en la globalización. Aunque hoy también creo en este equipo que representa mi país. Y a lo mejor, quien sabe si al final sí que soy un poco patriótica.