lunes, 26 de octubre de 2009

Un "no" al que le habría gustado ser un "si"

Hoy me llevé para comer un tupper de lentejas. Y no las como porque no me gustan. Pero ayer, sin coacción alguna, decidí que hoy iba a comer lentejas.

Cuando vamos creciendo vamos adquiriendo responsabilidades y aprendiendo a tomar decisiones. Al principio preguntamos a nuestros padres para que nos guíen porque pensábamos, aunque no siempre les hiciésemos caso, que saben qué es lo correcto. Sin embargo, según va avanzando el tiempo y vamos creciendo, las decisiones son cada vez más importantes y nos vamos dando cuenta que, al final, nadie está seguro de cuándo una decisión era la verdadera, porque no existe ese camino. Pero lo que sí que sabemos es que hay veces en las que debemos tomar el más difícil aunque sea el que duela porque ese debería ser el correcto. Claro que, ¿quién está seguro de que sea el correcto?

Y por eso muchas veces preferimos equivocarnos y seguir eligiendo el que no duele o el que nos facilita las cosas. O pasamos de elegir. "¡Ya el tiempo dirá!, ¡ya decidiré otro día", pensamos. Pero en el fondo sabemos que no lo estamos haciendo bien porque a pesar de que muchas veces la vida es injusta y aunque tomemos la supuesta decisión correcta, vemos que no ha servido de nada, no podemos quedarnos de brazos cruzados y no decidir, dejando que pase el tiempo, que ese ser tan maravilloso en el que íbamos a convertirnos sea algo totalmente vulgar, incapaz de decidir por miedo a qué pasará, a arriesgarse, al dolor...

Y llega un momento en que, si los distintos acontecimientos no lo han hecho por ti, tienes que plantarte y decir un ¡hasta aquí!. Y es entonces cuando dices ese "no" al que le gustaría ser un "si", al que le gustaría cambiar... pero que sabe que por mucho que lo intente, por mucho que se disfrace de "si", al final va a tener que desnudarse y no va a ser más nada más que lo que es un "no". Pero, ¿y si ese "no" hubiese podido convertirse en un "si"? ¿Y si en este caso la decisión errónea era el "no"?

Al final, hagamos lo que hagamos, vamos a tener esa duda porque nadie sabe qué es lo correcto, porque nadie está seguro de si su decisión será la mejor entre las distintas opciones. Si ese "no" realmente tenía que ser un "no". Pero en eso consiste madurar, en decir "no" cuando era un "si" y, quien sabe, quizá en darse cuenta que ese "no" sí que puede ser un "si" y ser también capaz de rectificar.

Hoy decidí comer lentejas. Y tampoco me han sentado tan mal


Pd.Iba a participar en la Semana temática de la UC3M que propuso Laura pero... lean el título de mi blog y entenderán la ausencia de post. Eso sí, llegará pero por supuesto, ya tarde.


lunes, 19 de octubre de 2009

¿Ingeniera? No, periodista inteligente

- Me he comprado un TDT y un disco externo multimedia para grabar los programas ahí pero no sé usarlo. ¿Me enseñas?
- Ay, que se oye pero no se ve la tele... Mira a ver que pasa
- La impresora hace cosas raras... A ver si ves porqué es

Seguro que más de un ingeniero se siente identificado. Claro que en este caso el receptor de todos estos mensajes no es nada más y menos que una periodista. Y aquí es cuando diré, ¡ingenieros que creeis que acaparais todas las quejas / problemas tecnológicos, fastidiaos! ¡A mí también me llegan! ¡Yo también puedo quejarme! Y encima mi hermano sí que es ingeniero.

¿Por qué teniendo un super hermano ingeniero (el super seguro que se le pone mi madre que normalmente parece que tiene sólo un hijo) la que pringa en cuestiones tecnológicas es la pobre periodista? Las diversas razones darían para un análisis demasiado pormenorizado de las diferencias, aparte de las físicas, entre mi hermano y yo.

Y a pesar que una amiga me dio el otro día la razón por la que me toca pringar : "Eres licenciada en Periodismo y en C. Audivisual, ¿no? Pues poner el TDT es algo muy audiovisual"; el motivo de este post no es otro que dejar bien clarito que no sólo los ingenieros son los solucionadores del mundo, también los que hemos optado por otras carreras. Y podemos ser muy habilidosos. Que yo se montar un ordenador y no he pisado una facultad de informática más que para pasearme por la biblioteca.

lunes, 5 de octubre de 2009

El día que Murphy descansó

Murphy se ha equivocado. Iba a empezar diciendo que soy inmune a Murphy pero todos ya sabemos que en mi caso eso es mentir, y mucho. Pero, por una vez, Murphy no hizo mella en mi vida. Estaría de vacaciones.
Desde hace casi un año tenía pensado organizar una comida en la casa de mi madre del pueblo. Ella es segoviana y varios de mis amigos querían comer cochinillo. Mi idea fue: pasamos el día en Segovia y para evitar que nuestras economías se resientan más, nos acercamos hasta el pueblo de mi madre y allí nos comemos un cochinillo. El único problema en esa idea era el principal: que a mi madre no le importase que varias personas ocupasen la casa. Quien conozca a mi madre sabe que eso era un gran problema que solucioné planteando la comilona en el patio, en la mesa de ping-pong. Así se entraba en la casa únicamente para ir al baño. Ya sólo faltaba que todos nos pusiésemos de acuerdo en un día. Fueron pasando los meses, justo antes de exámenes que era la mejor fecha no se pudo, pasó el verano y en septiembre ya me puse seria. Tras hablar con todos planteé el primer fin de semana que todos teníamos libres: el de 3-4 de octubre. Y recé para que no lloviese e hiciese buen tiempo. Y aunque suene a mala persona también recé para que mis padres no pudiesen ir y estuviesen sólo mis tíos. Vuelvo a decir que quien les conozca sabrá el porque. Mis padres estuvieron, se comportaron como unos grandes anfitriones (mi padre hasta sonrió y mi madre enseñó toda la casa) e hizo un tiempo inmejorable.

Tras muchos emails decidimos que no íbamos a ver Segovia ni La Granja sino el castillo de Coca ya que sólo yo había estado allí. Pensamos que las 12 sería una buena hora y quedamos que nos veíamos allí y que cada uno fuese como pudiese (unas íbamos de Alcalá, otros de Madrid, otros de Galapagar...). TODOS, es decir, diez personas llegamos tardísimo por lo que nos quedamos sin visitar el castillo que cerraba las puertas a las 13,30h por lo que Decidimos que no nos íbamos a arriesgar intentando otra visita y que íbamos directamente a mi pueblo.

Acojonada (es decir, con una histeria que no podía con ella) llegue con mis amigos a la casa de mi pueblo. Presenté a todos y fuimos directos al patio, que gracias al esfuerzo de mi madre y mi tía estaba decoradísimo y limpísimo. ¡Habían recogido flores y colocado tiestos para adornar! Creo que mis amigos no se fijaron en eso porque mi familia les entretuvo con historias de mi infancia, historias que yo prefería que estuviesen en el olvido… y para salir del paso decidí que nos íbamos de allí a tomarnos una caña a la plaza del pueblo mientras esperábamos el cochinillo y a los dos que nos faltaban. Y aquí me vengué de ellos… no lo saben pero en todo momento estuvieron observados por una tía de mi madre que vive en la casa de enfrente (una casa de la que hasta comentaron).

Con el cochinillo bajo el brazo y el estómago lleno de coca cola y cerveza nos volvimos a nuestra mesa de ping-pong para disfrutar de todo lo que nos tenían preparado mis padres y tíos. Como mi tíos nos iban a abastecer de la bebida (entre ella un vino del que prefiero no saber el precio y del que el novio de una, por majo, consiguió una botella), mi madre para no ser menos decidió hacer una sopa de ajo y que fuese toda la comida 100% castellana. Menos mal que no me hizo caso porque le dije el día anterior “si eso seguramente que no le gusta a nadie”. Una olla vacía demostró que me equivocaba. Esto era un empate en toda regla: mama 1- tía 1 así que esta última decidió desempatar ¡haciendo el postre y con una caja enorme de bombones!.

Como este post está quedando muy largo resumiré la comida contando cómo mi tío, que estuvo casi toda la primera parte de la comida con nosotros, siguió contando historias sobre mí y cayó ante los encantos del novio de una de mis amigas, mi madre y mi tía e incluso ¡mi padre! derrocharon simpatía. Y por fin, mis amigos pudieron escalar las piedrecitas de Peñamora y descubrieron que mi pueblo no tiene nada que ver con el de las gominolas.

Y yo por mi parte, descubrí que hacer una buena acción (llevar a tus amigos a comer cochinillo) tiene sus beneficios.