lunes, 22 de abril de 2013

Reflexiones bostonianas

No recuerdo cuando descubrí que me gustaba correr. Pero si ue recuerdo mi primer cross escolar, la carrera popular del pueblo de al lado, las tardes en las pistas de atletismo de mi barrio... Porque, a pesar de las quejas de mi madre, mi vida ha estado bastante ligada a unas deportivas.

 Quizas por eso,  he tardado tanto en asimilar la la noticia sobre el atentado en el maratón de Bostón. Porque comprendo las sensaciones que provoca correr;  porque entiendo  la emoción de saber de que  cada metro, cada vez que detienes el crono en un segundo menos, es una superación personal; porque he sentido como, con cada zancada que daba me iba fundiendo en la naturaleza que me rodeaba; porque he sentido esa sencación de que lo único que uno depende es de sus propias piernas... 

Correr un maratón es una de las pruebas deportivas más duras que existen: para cualquier amateur significa  que, como mínimo va a pasar tres horas corriendo para superar esos 42 kilómetros. Quien no esté acostumbrado a correr quizá no entienda la dificultad que esto conlleva: es un reto no sólo físico sino también mental. No sólo dependes de la fuerza de tus piernas pero también de tu lucha mental.  Correr una maratón es un contaste diálogo con tu mente para seguir, para no parar y ceder al cansancio y al dolor.

Pero además, es una de esas pocas actividades deportivas que no están ligadas a la política. Quizá sea por el hecho de que, por mucho que corras con amigos, dependes de ti mismo para avanzar paso a paso. Así que, ¿cómo es posible que alguien sea capaz de poner unas bombas para que estallen en la meta de una maratón, donde esperan cientos de personas la llegada de familiares y amigos; de esos corredores que han pasado las últimas cuatro horas luchando contra ellos mismos?

Quizá, sea por eso, porque era una actividad que pasaba desapercibida, sin ningún tinte político y en el que no importaba de donde vinieses ni tu pasado ni tu futuro. Porque cuando uno corre se ¨hermana¨ durante unos minutos con esa persona que comparte unos metros a tu lado, simplemente por el mero hecho de que estáis avanzando juntos.

No creo que ninguno de los sospechosos hubiese tenido la oportunidad de disfrutar esta actividad tan sencilla que es correr. Y por eso, puedo llegar a entender porqué se decantaron por atentar en esta prueba, que para ellos representaba un símbolo de aquella sociedad que les había abierto sus puertas pero sólo para ponerles otro muro a los pocos metros. De este mundo en el que  nos fanfarroneamos de ser globales y abiertos mientras que, a nivel local, aumentamos nuestras diferencias y ponemos trabas a aquel que no es como nosotros.

Sin embargo, a la vez que ha sido nuestra sociedad la culpable de estas radicalizaciones, de esas crisis de identidad, de ese rechazo a lo diferente; es también la que se ha dado cuenta del problema. No nuestros políticos, sino cada uno de nosotros: las reacciones de los vecinos ante la catástrofe, el aumento de inscripciones de corredores en próximos maratones.. Porque en este caso, no se atentó contra un símbolo capitalista y político, si no contra una actividad universal tan individual como social.

Y yo por mi parte, seguiré como hasta ahora: calzandome unas deportivas y sonriendo a otros que como yo,  disfrutan del mero hecho de ser capaces de depender de sus propios pasos. Y por supuesto, con cada paso recordaré a aquellos que ya no podrán hacerlo.



domingo, 14 de abril de 2013

Eliminando expectativas, creando identidades

Tener un buen trabajo, el matrimonio perfecto y un hijo antes de los 30.

¡Cuántas personas habrán dicho esta frase -o alguna simliar- en las últimas décadas! Es más, reconozco que, hubo un momento de mi vida en la que yo también pensaba y argumentaba en este modo de vida que, nuestra sociedad, nuestros padres y amigos nos imponían.

Por ejemplo, recuerdo como hace una decada,  argumentaba que antes de echarme novio me iba a ir fuera de España a estudiar un master.  Yo, siempre tan práctica era consciente que eso de estudiar en un pais y tener el novio en otro lugar, no era muy aconsejable (y menos cuando no existia FB, Whatsapp ni Skype) ¡Si es que yo tengo que tener genes teutones, que a pragmátcia no me gana nadie!

Por supuesto luego venia el Happy Ending: encontrar el trabajo perfecto, enamorarme y criar uno (o dos hijos). Vamos, lo que todo el mundo espera de ti, ¿no?

Si bien, no me parece nada mal este modo de vida (en el fondo es lo que todos buscamos con alguna que otra variación), el problema viene cuando estas expectativas o no se cumplen o descubrimos que no nos hacen felices.  Que la vida no es una película de Disney.

A lo largo de nuestras vidas, muchas veces nos dejamos guiar por lo que nos dicen, buscamos recorrer ese camino que nos han marcado como correcto olvidando que no existe sólo un sendero y que lo único que nos impide ser felices es nosotros mismos. ¿Es que acaso estudiar medicina, si lo que a ti te gusta es la historia te va a hacer más feliz? ¿Acaso tener una ingeniería te garantiza unas condiciones de vida mejores? Es más, ¿que significa tener unas condiciones de vida mejores? Y ¿por qué siempre que una mujer se aparta del camino establecido y decide, o bien no tener hijos o ser madre soltera recibe multitud de criticas? ¿Resulta que la hormona de la felicidad se encuentra en tener un cuerpo 10? ¿Por qué tiene que decidir nuestra sociedad cuál es la mejor opcion para nosotros, que es lo que nos tiene que hacer felices? Al igual que existen personas que encuentran a la pareja perfecta a los quince años,  existen otras personas que hayan varias durante su camino, o que simplemente deciden que son felices solos. Igualmente, con el trabajo.

No estoy diciendo que estas expectativas sean erróneas; las considero de lo mas normales.  Si no que, cada individuo, cada humano debe construir nuestra propia identidad, coincida o no con estas expectativas y sobre todo, a su ritmo. Asi, no iremos avanzando en un camino hacia la felicidad sino que iremos teniendo pequeños momentos de felicidad a lo largo de nuestro camino. Y nos evitaremos muchas depresiones.Y esas famosas crisis de los 30, de los 50....

Deberiamos dejar de creer en el cuento esde de "y vivieron felicies para siempre". No existe un camino que acabe con un letro de neon que diga: Welcomo to la tierra de la felicidad. Ésta se encuentra en cada uno de nuestros pasos.

Sólo la conseguiremos si somos nosotros, y no nuestra sociedad, los que creemos nuestra propia identidad. Y, además, afortunadamente, nuestra identidad va cambiando y gestándose con los años. ¿O acaso tenemos los mismos gustos con treinta años que con siete?






viernes, 12 de abril de 2013

Tic, Tac...

Resulta curioso como a los seres humanos nos sorprende el paso del tiempo. Su frugalidad; como sin apenas darnos cuenta pasan minutos, horas, días y años. Y sin embargo, existen determinados momentos en los que, parece que un minuto dura un segundo... o una hora. 

Aunque, quizá, lo más asombroso sea que, aunque seamos capaces de medir el tiempo, de tener constancia de ello, es nuestra incapacidad a controlarlo  la que haga que tengamos este concepto presente en nuestras vidas y que siga llenando nuestros pensamientos. Porque, ¿quién no ha tenido la impresión de que los minutos no pasaban mientras esperaba ansioso ese metro que le llevaba de vuelta al hogar o, viceversa, cómo el tiempo había "volado" durante una cena con un buena amigo? Escritores, filósofos e historiadores han llenado folios sobre el paso del tiempo, cada uno a su manera: de forma poética y retórica, buscando la esencia o su sentido otros, y los últimos, intentando comprenderlo y explicarlo.

Claro que, la mayoría de la veces no plasmamos este paso del tiempo. total, es imposible. El presente se convierte, antes de que seamos conscientes de ello, en pasado y el futuro, ¿llega o se va?Porque siempre mañana acaba siendo un hoy. Y el hoy un ayer. 

Y yo, que hoy no venia a soltar tal discurso sobre el tiempo, si no el cómo me puse a leer posts de este blog que me hicieron añoran  los momentos que relaté,  pero también, sentirme una lectora extraña ante palabras que escribí hace unos años y que, había olvidado (y que son, algunas -sorprendentemente- bastante sabias), he acabado perdiéndome en la vorágine de ese agujero negro que es el tiempo. 

¿Habré sido consciente de los minutos que he pasado escribiendo este post?